Es curioso lo que está pasando en los tribunales de Nueva York. Nuestro gobierno está perdiendo en ellos un pleito tras otro frente a los "fondos buitre" porque, aunque parezca mentira, no se empeña en ganarlos, sino en convencer a nuestro propio público de que "merece" ganarlos. Quiere ser algo así como el "vencedor moral" de una contienda mediática que no se resuelve en los tribunales, sino fuera de ellos.
Todo empezó quizá cuando a nuestros acreedores empezamos a llamarlos "fondos buitre". Esto les dio a los pleitos un tono épico, un alcance moral. Ellos eran los "malos" y nosotros, los "buenos". Nuestra eventual derrota dejó de ser entonces un mero incidente judicial para convertirse en un agravio inaceptable. De aquí a imaginar una conspiración internacional contra la Argentina no había más que un paso. En este contexto, parecía apropiado victimizarse para demostrar que nuestro gobierno estaba jugando cuesta arriba, en una cancha inclinada.
Ambos rivales de Nueva York, así, operabanl lposkirchnerismo donde florecerá la normalidad, para beneficio de todos.
La pretensión totalitaria de Cristina, mientras tanto, se apaga sin dejar sucesión. En lugar de su frustrado monopolio vendrán intentos valiosos, pero ninguno de ellos totalitario. Seremos finalmente una república, donde varios contarán, pero ninguno de ellos demasiado. Seremos finalmente lo que queremos ser, una república democrática.
No habría que hacerse demasiadas ilusiones sobre la presunta eficiencia de la inminente república democrática. Como en Chile o Uruguay, lo suyo no será probablemente "brillante", sino apenas "normal". Normal y creciente, por una maduración casi necesaria. Después de tantos sobresaltos, de tantas idas y venidas, ¿no debiéramos contemplar esta perspectiva con satisfacción, casi con entusiasmo?
Otorguémosles a los tiempos que vendrán, de antemano, el beneficio de un moderado optimismo. ¿Qué ha sido la Argentina hasta ahora? Una promesa tan alta como su discontinuidad. Grandes impulsos, grandes baches. ¿Podemos imaginarnos, a cambio, la suma constante, sin prisa y sin pausa, de la continuidad? ¿En lugar de las grandes exaltaciones y las grandes frustraciones, la suma del fecundo día a día que se estire hacia el futuro en la dirección que nos habíamos prometido? La grandeza de la Argentina que todavía esperamos no se anunciará al fin mediante personajes extraordinarios, sino mediante la marcha tranquila de todo un pueblo al cual, finalmente, le habrá llegado la hora porque habrá decidido no resignarse, como San Martín, a no ser nada.
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