PERONISTA. EX MINISTRA DE EDUCACIÓN
Cumplimos treinta años de vida en democracia sin haber logrado construir un Estado inteligente, regulador, prestador eficiente de los servicios fundamentales, y una sociedad más integrada y pacífica. Peor aún, las leyes fundamentales de la República están debilitadas y son puestas en debate cuando se desea resolver alguna cuestión coyuntural, más corporativa que de interés nacional.
Me pregunto: ¿si durante gran parte de este período ha gobernado el peronismo, la fragilidad institucional, la pobreza, la violencia, el crecimiento del narcotráfico, la degradación de los servicios básicos, lo hacen su principal responsable? Veamos.
El peronismo que gobernó en esta etapa, a pesar de los discursos, poco tuvo que ver con la historia de aquel movimiento político que en el pasado fue artífice de una sociedad más justa y de un país en camino a su industrialización.
Este nuevo peronismo se dedicó más a representar los intereses patrimoniales de unos dirigentes -jefes territoriales organizados en cuasi-feudos, provinciales o municipales, carentes muchas veces de una preocupación y visión estratégica de desarrollo, inclusión y equilibrio social-, que a combatir la pobreza y promover el desarrollo. Estructuró un eficiente sistema de dádivas personales, clientelismo y dependencia que lejos de terminar con la pobreza, la cristalizó.
Por eso no sin razón se culpa al peronismo de casi todos los males de estos treinta años, dejando para el “no peronismo” solamente la falta de capacidad para ganar y ejercer el poder. Sin embargo pienso que es un error: el peronismo se ha convertido en una forma de “ser argentino”, valorada, imitada y a veces superada por actores de otros partidos o miembros de diferentes corporaciones.
Un modo de transgredir, de llegar de cualquier manera a un objetivo y de cambiarlo sin pudor por lo opuesto porque no hay anclaje ideológico ni moral. Una decadencia que comenzó con la dictadura de los 70 y que aún no hay fuerza política ni social que pueda revertirla. Pocos han sido los avances. Aprendimos el valor que tiene vivir en democracia pero tenemos más voluntad de reparar el pasado que de cambiar los males actuales, aunque estos produzcan muertes, daños de todo tipo y mucho y extendido sufrimiento.
Pareciera que cuesta vincular las deficiencias del Estado con la corrupción, la falta de apego a las normas, a la rendición de cuentas, con la ausencia de calidad en todas las prestaciones. Si la dirigencia no es ejemplar, los pueblos no evolucionan, y el nuestro está cada vez más empobrecido de herramientas y sin libertad para participar. Sólo le está permitida la indisciplina de los piquetes o los saqueos. Se le niegan los recursos intelectuales y físicos para ejercer una ciudadanía plena.
El doctor Raúl Alfonsín inició su gobierno instalando la necesidad de modernizar la economía, las relaciones sociales y la gestión del Estado, rediscutiendo lo público como diferente de lo privado y de lo estatal. Destacó la necesidad de revertir la centralización del Estado como estrategia para mejorar su eficiencia y aumentar la participación ciudadana. Sin embargo, en los 90, la reforma del Estado, en vez de hacer base en aquellas ideas, se transformó en un proceso de corrimiento de aquél y de equilibrio y cierre de las cuentas fiscales más que en oportunidad para la construcción de una economía competitiva. Faltaron debates y acuerdos políticos de largo plazo, transparencia y defensa del bien común. Las privatizaciones debían representar una transferencia de conocimientos, tecnologías y procedimientos para mejorar nuestras capacidades y competitividad. El peronismo-menemismo lideró con audacia los cambios, bendijo el ingreso de Argentina al neoliberalismo imperante mientras la oposición se recluyó en una cerrada y acrítica defensa de lo estatal, sabiendo que ese modelo había colapsado.
De ese lugar desembocamos, crisis mediante, en una nueva etapa peronista-kirchnerista.
Sin reflexión crítica de lo hecho y sin voluntad de corregir errores, sumar aciertos y acordar nuevas políticas, se instaló otro relato, esta vez pretendidamente “nacional y popular”, con base en un inexistente peronismo-camporista.
Fundamentalmente con la ayuda de las ventajas obtenidas por la venta de nuestros granos a precios internacionales muy favorables, se inundó de recursos sin control áreas públicas críticas y deficientes y terminamos con un Estado gigante, desprofesionalizado e incapaz, en una sociedad cada vez más fragmentada y violenta, infectada por el narcotráfico, con crecientes y anárquicas protestas sociales y mucha incertidumbre sobre el futuro.
Sí, lo hizo el peronismo, pero en veinte años necesitó muchas veces del apoyo de otros partidos, de la Justicia, de los medios de comunicación, de dirigentes de la economía, los gremios, el futbol y de gran parte de la sociedad. De ser una forma de ganar y ejercer el poder, logró además ser un recurso para salir de las crisis: en el pasado los militares; en democracia, el peronismo.
Por eso, frente a esta crisis y antes de que se señalen las consabidas culpas del culpable mientras se bendice un nuevo modo de ser peronista que nos permita sortearla, sería impostergable el esfuerzo por lograr que todo el sistema político, en su concepción más amplia, toda la dirigencia, haga un debate profundo sobre qué Estado necesitamos construir y qué compromisos debemos recrear para desterrar esta cultura política y enriquecer con el ejemplo a una sociedad ávida de buenas costumbres, respeto a la ley y convivencia pacífica.
BAROZZI DIXIT : ESTE GOBIERNO HA CREADO 11 MILLONES DE INÚTILES QUE NO SON CAPACES DE CONSTRUIR NI DE DEBATIR PORQUE LOS ESTÁN EDUCANDO CON PLANES SOCIALES Y CADA HAY GENERACIONES MÁS ´JOVENES