15 de Agosto, 2014 |
QUIÉN ES MEJOR VISTO ? |
Autor:
bgv065, 17:28, guardado en
actualidad |
Por MARIANO GRONDONA El buitre es el animal más despreciado porque se alimenta de carroña. Al llamar "buitres" a nuestros acreedores, ¿no los estamos descalificando implícitamente? Ellos, los acreedores, aparecen por esta vía semántica como buitres voraces que quisieran devorarnos. Nosotros seríamos, al contrario, sus víctimas propiciatorias. Ellos serían los malos. Nosotros, los buenos. A través de este aparente juego de palabras estamos reemplazando una distinción técnica, puramente económica, entre el que prestó y el que tomó dinero, por una oposición moral entre las víctimas y sus explotadores que finalmente se traduce en el dilema patria -lo más alto en la escala moral- o buitres -lo más bajo-. Al identificarnos con la patria, descalificamos simultáneamente a nuestros acreedores cual si fueran buitres, malas personas, mientras nosotros aparecemos como generosos, dispuestos a pagar aunque tengamos legítimas dudas sobre el perfil de nuestros compromisos. Desde un análisis puramente lógico, la relación entre deudores y acreedores es simétrica. Unos deben lo que los otros les prestaron, y cuando los que deben pagan, nuevamente se igualan los tantos. Pero hay toda una historia filosófica detrás de esta relación. ¿Sería demasiado audaz afirmar, por ejemplo, que en el catolicismo hubo mejor ambiente para con los deudores y en el protestantismo para con los acreedores? Tomemos un ejemplo como caso. El nuestro. Nuestro país, nuestro Estado, ha vivido varias veces al borde del default. Hoy atraviesa esta misma situación. Un país no es visto por los otros como un mal pagador sólo cuando no paga sus deudas, sino también cuando da mil vueltas antes de pagar, hasta que eventualmente paga, casi siempre contrayendo nuevas deudas a las que someterá a nuevos interrogantes, y así sucesivamente. No debe sorprendernos, así, que en el exterior nos vean a veces como malos pagadores. Que a veces tengamos mala fama. En el fondo del mal pagador acecha la tentación de no pagar aunque esta tentación sea, finalmente, resistida. En el fondo del buen pagador sobresale, en cambio, la urgencia de pagar como un deber de conciencia que se instala en el interior de una persona, incluso cuando nadie la mira. Esto es lo que hace tener crédito a un país o a una persona, cuando sus acreedores saben que va a pagar porque no responderá al hacerlo a una compulsión externa, sino a una compulsión interna, por lo tanto no negociable. |
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Roberto Barozzi
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