Más allá de todas las especulaciones sobre la salud de la Presidenta, alimentadas básicamente por el secreto con el que se administra la información oficial, comienza hoy el experimento de poder más inquietante de la década kirchnerista. El Jefe de Estado, porque así lo dice la Constitución Nacional, pasará a ser Amado Boudou. Pero la complicada situación judicial que atraviesa el vicepresidente con el caso Ciccone y las objeciones que se levantan tanto desde el peronismo como de muchos sectores del kirchnerismo lo han convertido, a 20 días de las elecciones, en un barrilete de plomo para los agobiados candidatos del oficialismo.
Boudou es, desde hace tiempo, el dirigente con peor imagen de la Argentina. Sus funciones como vicepresidente se habían limitado últimamente a actos internos de bajo perfil y a algunos viajes al exterior que desechaba Cristina. Pero las malas noticias judiciales recientes sobre el caso Ciccone lo pusieron en la mira de los gobernadores y los intendentes del Gran Buenos Aires, algo así como la nomenklatura permanente de un peronismo cuyo liderazgo vive en estado de metamorfosis desde la derrota kirchnerista en las PASO del 11 de agosto.
Por eso, el encargado de diseñar el modo en que Boudou reemplazará a Cristina es Carlos Zannini, el discreto secretario Legal y Técnico que se convirtió en el funcionario más indispensable para la Presidenta desde la muerte de Néstor Kirchner en octubre de 2010.
De formación maoísta y un estilo pragmático que adquirió con los años, Zannini representa el poder permanente en un gabinete donde todos los ministros y secretarios de Estado desconocen cuánto pueden durar sus primaveras personales con Cristina. Desde la internación de la Presidenta el sábado al mediodía, el ‘Chino‘ (como lo llaman a Zannini los compañeros setentistas) fue el receptor de innumerables pedidos para que Boudou no tenga un papel de primer actor en este período electoral que amenaza con terminar como una película de terror para el kirchnerismo.
La idea es que Boudou aparezca poco y si es posible nada; que firme los decretos necesarios; que deje los anuncios a los ministros, los argumentos institucionales al jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, y la polémica electoral a los candidatos. Máximo Kirchner acompañará a su madre, la Presidenta, en todo momento y el resto de la burocracia, las negociaciones del poder real, permanecerán a cargo de Zannini.
Las mayores incógnitas están en la economía. Zannini deberá administrar en estos días las batallas diarias que enfrentan a Guillermo Moreno con Ricardo Echegaray; a Axel Kicillof con Mercedes Marcó del Pont y a cualquiera de ellos con Hernán Lorenzino. La evolución del dólar, el drenaje de las reservas o la caída de la producción automotriz son sólo algunos de los aspectos traumáticos que debe afrontar un equipo demasiado acostumbrado a esperar las ordenes de Cristina.
Es como en los ’70, pero en vez de Cámpora y Perón ahora es “Boudou al Gobierno y Zannini al poder”, explica con una sonrisa amarga un kirchnerista que ya cree haberlo visto todo. El problema con aquel experimento institucional es que terminó mal. Pero tan mal que ya pasaron cuatro décadas y todavía no podemos recuperarnos
