Hay quienes piensan que no necesariamente la inflación escalará, este año, al 33%, al 35% o aún por encima del 35%, contra la opinión de un buen lote de consultores. Pero eso, que parece una visión alentadora, sería el efecto de algo muy poco alentador: de la caída en la actividad económica.
Puesto de otra manera, el argumento supone que si el consumo baja, y ya está bajando en varios sectores, las empresas tendrán menos margen para subir los precios, aunque la inflación sea de todos modos considerable. La variante más pesimista canta un índice por arriba del 30% y, encima, con recesión.
Algunos institutos privados ya barajan un retroceso del PBI del 1%, pero aclaran que se trata de un piso, o sea, que el repliegue puede ser mayor. Alguien que ocupó un cargo relevante durante la era kirchnerista proyecta un bajón del 3% y ve allí, justamente, un factor capaz de contornear el envión inflacionario.
Con la cuestionada metodología que aplica hace rato, más un fuerte aporte del movimiento financiero, en 2013 el INDEC volvió a sobreestimar el crecimiento. Puso 4,9% donde la mayoría de las consultoras anotó no más del 3%.
En cualquier caso, un descenso de cuatro puntos o mayor a cuatro puntos ya pinta un escenario bien complicado. Y no se trata de un número, sino del previsible impacto del achique económico sobre el empleo, los ingresos de los trabajadores y, finalmente, sobre el clima social.
La punta ya asomó bajo la forma de algunos despidos, de suspensiones, eliminación de turnos y horas extra y anulación de contratos. “Si el Gobierno ajusta por todas partes, por qué no habrían de hacerlo las empresas”, dice un consultor que lleva años tratando con industriales.
Tironeados, simultáneamente, por el deterioro del mercado laboral y por el golpe de la inflación en el bolsillo de los afiliados, los sindicalistas buscan cómo conciliar semejante cóctel con sus reclamos. Y el Gobierno intenta sacar partido, apostando a que las demandas aflojen un poco: hoy, el problema son los docentes.
Un disloque más del modelo de crecimiento con inclusión social sería que la recesión contuviera parte de la escalada de los precios. Y, así, que la inflación no se coma rápidamente el ajustazo cambiario ni fuerce otro saque a las tasas de interés. Esto es, que el precario andamiaje montado en enero reciba una bocanada de aire, aunque el costo ya sea caro.
Pero el tinglado volvería a crujir con la quita de subsidios al gas, la luz y el agua o el aumento de las tarifas, que para el caso es lo mismo. Y debiera ser otro ajuste importante, si la idea consiste en achicar de verdad el agujero fiscal y reducir el financiamiento a pura emisión monetaria.
Ese es, completo, el brete en el que quedó metido el kirchnerismo, por culpa de sus desaciertos y de la técnica de gambetear problemas. Lo de antes más lo reciente, y todo en grandes dosis.