La decadencia del mérito como requisito para convertirse en funcionario no empezó con el kirchnerismo. Hubo un tiempo en que las cosas eran muy diferentes. En su primer gabinete, Néstor Kirchner tuvo como ministros a Roberto Lavagna, Ginés Gonzalez García, Rafael Bielsa, Alberto Fernández, Gustavo Béliz y a Alfonso Prat-Gay al frente del Banco Central. Habrá quienes puedan haber objetado sus ideas o haber criticado sus decisiones. Pero eran dirigentes que tenían experiencia y conocían la tarea que les habían asignado. Y, sobre todo, podían debatir con el entonces presidente y ofrecerle puntos de vista diferente al suyo antes de acordar una política de Estado. Ese situación comenzó a desmoronarse en 2006, cuando Kirchner echó a Lavagna y buscó ministros que ya no lo contradijeran. Desde entonces, el mérito mayor para sobrevivir en el gabinete kirchnerista es la obsecuencia. Lo fue con Néstor y se profundizó a partir de 2007 durante los dos mandatos de Cristina.
La renuncia de Juan Carlos Fábrega es una metáfora perfecta del triunfo de la obsecuencia. Ya no hay margen para el debate interno, ni para la discusión ni para sugerir caminos alternativos a los que marca la consigna de estos tiempos. Patria o buitres, deuda soberana, precios cuidados, procreautos, creaciones permanentes del marketing político que no alcanzan para ocultar el desgaste evidente del esquema económico montado por Axel Kicilloff. La realidad indica inflación, indica déficit fiscal, indica freno productivo y ahora indica las variables más temidas por la Presidenta: caída del empleo con su impacto inevitable en la suba de la pobreza.
Los ministros actuales de Cristina han sacrificado sus opiniones personales en el altar de la supervivencia. Seguir al pie de la letra los dogmas ineficaces del momento. Es lo que hacen el extenuado jefe de gabinete, Jorge Capitanich, o lo que hacen Débora Giorgi desde el sector industrial o Héctor Timerman en las incursiones diplomáticas. Otros eligen el silencio o pasar lo más desapercibidos posible. Es lo que hacen en el área de Salud Juan Luis Manzur o Carlos Tomada en los temas laborales. Son los ‘mudos‘, como les llaman irónicamente en la selva kirchnerista. Todos recuerdan perfectamente el caso de Jorge Taiana, el canciller de indudables medallas peronistas que cayó en desgracia el día en que intentó discutir por teléfono con Cristina y terminó recibiendo una humillación verbal sólo reparable con la renuncia.
Todo el Gobierno lo sabe ahora. Es el momento monopólico de Kicilloff. Un empresario que suele escucharlos a él y a la Presidenta no sale de su asombro porque las definiciones económicas de Cristina son párrafos textuales idénticos a los que le escucha decir antes al ministro de Economía. Y allí va la nave entonces, empujada por el viento de la obsecuencia. Los muchachos de Kicilloff controlan ahora el Banco Central y la Comisión Nacional de Valores. Tienen al país en default. Al dólar descontrolado en todas sus variantes, del oficial al blue, y del dólar bolsa al ahora denostado contado con liquidación. Pruebancon tasas bajas y con tasas altas. Con recetas heterodoxasy con las malditas recetas del mercado. El problema es que ninguna funciona y la Argentina se desliza sin remedios eficaces hacia una crisis cada vez más profunda.