Al borde de la esquina de Yrigoyen y Solís, casi al frente de la Biblioteca del Congreso, se paró una mujer. Los lentes oscuros le taparon un cuarto de la cara, como quien oculta algo. El cartel decía: "Estoy viva. Lo puedo contar". Tenía la firma de una víctima de violencia de género: "Elvira Baruch"... Continuar leyendo